martes, diciembre 3, 2024
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Otra historia de abandono de persona en el Sistema Penitenciario Bonaerense

Jorge Corvera tiene 54 años. Es viudo, tiene cuatro hijos y cumple una condena desde octubre de 2006. Una condena por un crimen que, como se encarga de repetir una y otra vez: «no cometió».


Su historia es otra como la de tantos presos. Porque, como se sabe, la historia de los presos y las presas en el sistema carcelario de la Provincia de Buenos Aires es la del abandono. Pero además, la suya, es la de la lucha contra una enfermedad. Una enfermedad que debió transitar en un mundo hostil, hecho de golpes, de curas que nunca llegan o bien, como se verá, llegaron muy tarde.


Si leyéramos las frías letras de su expediente habría que hacer varias reposiciones. Por ejemplo, donde dice “paciente que no fue atendido a tiempo” en la parte que relata cómo fue el procedimiento que tuvo lugar hace dos semanas mediante el cual le extirparon el pene por un cáncer de próstata, ahí, justamente ahí, hay que leer: desidia.

Por esta razón, denunció en la Fiscalía N° 8 de Lomas de Zamora todo lo que ha tenido que vivir su cuerpo desde que comenzó a devorarlo por dentro el cáncer. Y, fuera, la cárcel. Jorge es categórico, no da vueltas al momento de poner en palabras lo que ocurrió. “Fue abandono de persona”, dice una y otra vez al que quiera escuchar. Tal vez, el problema es ese: son pocos los que quieren escuchar.


“Yo pienso que ni a un animal dejaría así, tan tirado como me dejaron a mí. Espero llegar hasta las últimas consecuencias y poder hablar con todos”, reflexionó. Jorge busca justicia. Pero por sobre todo busca respuestas. “Quiero preguntarles a todos por qué me hicieron esto. Estaban esperando a que me muriera”, resaltó.

Esta historia tiene muchos inicios. Uno de ellos, el de la enfermedad, por ejemplo, se puede rastrear en mayo de 2019, cuando detectó una molestia y una mancha en sus genitales. Quienes están afuera, pueden recurrir algún hospital, claro, luego de hacer algunas horas de cola. En el mejor de los casos, los que descansan en las virtudes de una obra social pueden apurar el trámite bastante y mejorar sustancialmente la hotelería.


Adentro, las cosas son distintas.
Cada vez que iba al puesto de Sanidad de la Unidad N° 42 de Florencio Varela, donde estaba alojado, le decían que no se preocupara, que no era nada, que iba a pasar. “Todos trataron conmigo: médicos, enfermeros, el subjefe, hasta el jefe de Sanidad y el director”, recuerda.
Como era de esperar, lo que no se atiende a tiempo: empeora. Es más, su historia hasta podría ser una metáfora del estado actual del estado de las cárceles bonaerenses.


“Se empezó a agravar el tema, empezaron a salirme como verrugas”. A partir de esto, fue derivado al especialista en urología. “Cuando me vio, me dijo que era un cáncer de próstata”, contó. El diagnóstico lo había hecho en base a otros casos similares.


En este tipo de casos, se procede a remover parte del tejido para conocer un poco más de qué se trata y comenzar un rápido tratamiento, sobre todo teniendo en cuenta el rápido avance de la enfermedad.


Claro, eso sucede en un mundo paralelo al de la cárcel; también conocido como: afuera. En el encierro, las cosas son distintas. “El doctor me dijo que era un cáncer y que tenía que hacerme una biopsia. Pero nunca me la hicieron. Y la infección cada vez era más grande”, ahondó.
La definición de la palabra “paciente” remite al concepto de esperar. Pero en la cárcel se espera mucho más. Se espera mientras crecen los dolores, las infecciones y los malos tratos.
“Nos encontrábamos con otros pibes que estaban enfermos y estábamos dos tres horas parados ahí afuera de Sanidad. Salían y nos echaban. Mandaban a la gente que trabajaba ahí y nos decían que no teníamos nada, que nos vayamos”, expresó.

“Después, me salió una verruga justo por donde se orina. Lo tenía tapado. Quise orinar y no podía. Me puse pálido, se me estaba inflando la vejiga. La desesperación fue muy grande. Es más, llegué a agarrar una máquina de afeitar y cortarme. Me apreté fuerte hasta que pude. Casi me desmayo, me tuvieron que sacar”, relató.


Cuando lo retiraron de la celda, pensó, que algo iba a cambiar.
“Le conté al oficial de turno lo que me pasaba. Me llevaron a Sanidad. Pero no había un médico. Entonces, llegó un oficial y me dijo que me iba a llevar a la Unidad N° 32. Luego, consiguió, finalmente y como si se tratara de un motivo para celebrar, ser trasladado a un hospital.


La posibilidad de salir y, otra vez, la sensación de que algo iba a cambiar.
“Me dieron un turno para que me vean porque era algo grave y, bueno, siguió pasando así… el turno no me lo respetaron, tenía que estar a las siete de la mañana y me llevaron a la una del mediodía”, contó.


Como se dijo antes. Lo que no se atiende a tiempo: empeora.
“Me cansé de llamar por teléfono al Juzgado, hablaba con mi defensor cuando me atendía y le decía lo que me iba a pasar… La jueza lo único que hacía, siempre, era pedir un informe de cómo me encontraba. Por otro lado, la unidad estaba tapando todo esto y nunca le mandó a decir que estaba tan infectado, nunca mando a decir nada”, reveló.


En febrero de este año pasó a un régimen semiabierto, a “las casitas”, como lo llaman, pero la atención médica seguía sin aparecer y su cuadro, como no podía ser de otra forma, se complicaba cada vez más. “Empecé a orinar sangre y llamé al encargado de turno, le dije las cosas que me estaban apareciendo, que estaba orinando sangre, fuimos a Sanidad, les dije a los de Sanidad lo que iba a hacer; que me iba a coser la boca y les pedí si ellos me podían dar un lugar ahí mismo hasta que el Juzgado decidiera qué iba a hacer conmigo porque ya no bancaba más”, contó.


Dicen que la esperanza es lo último que se pierde. Jorge tuvo esa sensación, la sensación de que podían escucharlo, de que esa medida, acompañado, podría cambiar algo.
Eso es afuera, claro. Adentro, las reglas son otras. “Me cerraron las puertas nuevamente y fui a un pabellón de depósito”. Ahí, lo hizo solo: se cosió la boca como una forma visibilizar su calvario.


Después de varios llamados a organismos de DD.HH. y de días en los que su salud se había deteriorado sensiblemente, consiguió comunicarse con Pablo Pimentel, presidente de Asamblea Permanente de los Derechos Humanos de La Matanza (APDH). Esa misma noche, Pimentel, fiel a su estilo, su militancia y su voluntad, le pidió que le envíe toda la información sobre su estado.


Otra vez esa sensación de que algo podría cambiar. Pimentel se puso en contacto con Santiago Ávila, funcionario del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Provincia de Buenos Aires. Y consiguieron que trasladaran a Jorge al Hospital Rodolfo Rossi de La Plata. El especialista que lo recibió le dijo que iban a tener que extirparle la zona afectada.


En esos días, mientras esperaban los estudios previos a la operación y el hisopado para detectar que no tuviese coronavirus, logró ponerse en contacto con la Fiscalía N° 8 de Lomas de Zamora para radicar la denuncia por abandono de persona y poder dejar su testimonio antes de someterse a la intervención.


Por su parte, Pimentel y Ávila, se comunicaron con la doctora a cargo de Sanidad del Servicio Penitenciario Bonaerense, que se hizo responsable de la operación Jorge.

“Hablaron con la doctora. Cuando ella conoció todo lo que había pasado y se puso ver las fotos, entendió el abandono de persona del cual fui víctima. Y se hizo presente. A esa altura, yo ya estaba en la Unidad N° 22 de La Plata. Ella se solidarizó y me dijo que se iba a hacer responsable de mi operación. Me hizo que preparara los estudios, me preparó todas las cosas cuando me llevaron al hospital para mi operación, fue para allá y estuvo ahí”, recordó.


Para Jorge, “fue un acto de humildad terrible lo que hicieron todas esas personas”. “Me salvaron la vida porque ya no daba más… ya había estado cuatro días orinando sangre y me desmayaba. No podía caminar, estaba tirado en una tarima y, bueno, doy gracias a dios que puso a este hombre, a estos varones, a esta mujer, y a todos sus colaboradores que hicieron posible que llegue el día de mi intervención, que me operen, y que, sobre todo, salga bien porque estaba medio complicado”, expresó.


Actualmente, Jorge está en la Unidad N° 22 de La Plata. “Estoy tratando de hacer la rehabilitación y pensando en todas las cosas que me acontecieron, todas las cosas que me pasaron, en todo lo que fui basureado, en todo lo que no fui oído…”, lamentó.


“Ahora, yo creo que todas esas personas que están trabajando y que siguen trabajando en esa unidad, que prestaron juramento para una profesión que ellos habían elegido, parece que se equivocaron con su vocación. Lo pienso todos los días y no lo entiendo: cómo puedo entender que me dejaron tirado todo un año, que me salvaron la vida tres personas y que hoy me encuentro sin una parte de mi cuerpo, mas allá de ese abandono de persona que me hicieron”, sintetizó.


La pregunta es qué podría haber pasado con Jorge en el caso si no aparecía en su camino Pablo Pimentel. La otra pregunta es ¿cuántos Jorges existen en el Sistema Penitenciario de la Provincia de Buenos Aires?

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